sábado, 3 de enero de 2009

El Vampirismo

EL VAMPIRISMO*

César Sparrow


En vista de que las antiguas supersticiones sobre vampiros y otros espectros no-muertos se han mimetizado en las culturas modernas, principalmente en occidente, a través de la cinematografía y las festividades infantiles, no me es de hecho posible rastrear o compilar información confiable y verosímil que permita aportar en favor de esclarecer los orígenes y el significado de estas creencias, como no sea recurriendo a los dudosos conocimientos de hechiceros, chamanes y otros brujos populares, o a cualesquiera de sus publicaciones que tanto abundan. En vez de esto, aunque sacrificando un vasto potencial antropológico, he preferido atenerme a las descripciones históricas y a las concepciones religiosas, a las costumbres y tradiciones que les son afines y, apelando a la imaginación, a la obra del creador del personaje de Drácula, Bram Stoker, quien parece condensar magistral y excepcionalmente la serie de mitos y atribuciones folklóricas tejidos en torno al surgimiento y permanencia transcultural del vampiro. Quienes consideran ociosa y fútil la tarea de indagar sobre asuntos que, a su modo de ver, son absurdos y carentes de todo sentido, opinarán seguramente que el psicoanálisis es también un método precario para la elucidación de cuestiones “de mayor trascendencia”, como el devenir de las religiones, la investigación de los sueños o, inclusive, el tratamiento de las neurosis y de otras afecciones mentales. A quienes opinan de esta manera, no podemos sino recomendarles que se abstengan de leer este breve estudio, pues ello servirá tan sólo para avivar su oposición, sus recelos y prejuicios, o bien, su incomprensión e ignorancia. Aunque no nos sea posible explicar satisfactoriamente tantos fenómenos existentes, las ciencias y la experiencia nos han demostrado que nada en el cosmos funciona arbitrariamente u ocurre “por generación espontánea”.


I

Comenzamos yendo al relato de Bram Stoker. En él se expone que el vampiro tiene el poder de inducir a su víctima a un trance hipnótico, con lo cual queda enteramente a su merced; sin embargo, es incapaz de acceder a una morada donde previamente alguno de quienes la habitan no le haya franqueado la entrada. Siendo un ser maligno, tiene, no obstante, profundas raíces en todo lo bueno, de modo que en un suelo desprovisto de recuerdos no puede descansar; es decir, ha de hacerlo sobre tierra consagrada a los muertos. Elige la tierra bendita y santificada para el hombre, pero al ser luego ésta consagrada a Dios mediante la imposición de la hostia, queda esterilizada para su uso. Stoker hace decir a su personaje, el profesor Van Helsing, acerca de Drácula: “Tiene que someterse a los poderes de los que proviene y que son símbolo de algo bueno... El amor más sagrado es el sargento de reclutamiento de sus monstruosas filas”. La analogía entre la codicia de sangrar y la avidez de nutrirse hasta el hartazgo de la bondad, recuerda los empleos dados como adjetivos del “vampiro” (sangrador, sangrón, chupasangre) en nuestro lenguaje corriente. También la palabra inglesa bloody y la francesa saignant indican al mismo tiempo la cualidad de sangriento o sanguinario, que ocasiona derramamiento de sangre, y su contraparte pasiva, objeto de tal crueldad y que emana sangre (“sangrante”). Igual sucede con sanguinare, en italiano, que quiere decir sangrar y ensangrentar, manchar de sangre. To bleed es sangrar y figurativo de sufrir/padecer. De esta manera se plasma la ambivalencia y los objetos de fin activo y pasivo subyacentes a ciertos términos cotidianos en el uso de la lengua. No es esforzada tampoco la elección del príncipe rumano Vlad Dracul, célebre por su sanguinaria crueldad contra sus enemigos turcos e infieles, para el papel de vampiro no-muerto que le adjudica Stoker.

Al intentar el vampiro agotar y exprimir la propia fuente de vida y de bondad, destruye aquello que le es más preciado, robándolo para sí y conteniéndolo perentoriamente a costa de la vida de su víctima. Para Melanie Klein este deseo se fundamenta en dos instintos o emociones muy elementales y primitivas en el desarrollo del lactante: la voracidad y la envidia. “La voracidad es un deseo vehemente, impetuoso e insaciable y que excede lo que el sujeto necesita y lo que el objeto es capaz y está dispuesto a dar. En el nivel inconsciente la finalidad de la voracidad, es vaciar por completo, chupar hasta secar y devorar el pecho; es decir, su fin es la introyección destructiva. La envidia en cambio, no sólo busca robar de este modo, sino también colocar en la madre y especialmente en su pecho, maldad, excrementos y partes malas de sí mismo con el fin de dañarla y destruirla.”

El libro de B. Stoker nos narra al comienzo la aventura del pasante de procurador Jonathan Harker, quien es enviado a explicar al conde Drácula la forma de adquirir propiedades en Londres. En su travesía rumbo al castillo del conde alterna con los pintorescos personajes de los alrededores, algunos de los cuales procuran disuadirlo de su empresa y otros, menos sutiles, se santiguan a su paso, le regalan un crucifijo y un rosario, o ajo, o le señalan con dos dedos de una mano. Al inquirir sobre el significado de esta última señal, un acompañante inicialmente renuente mas luego compadecido al descubrirlo extranjero, le revela que se trata de un hechizo o protección contra el mal de ojo. La manifestación de este conjuro permanece constante hasta el final de la historia de la obra, lo cual es muy llamativo. Una de las impresiones más intensas de J. Harker ante su encuentro con Drácula, inclusive más aún que sus labios rojos y sus sobresalientes dientes puntiagudos, es el refulgir de sus brillantes ojos rojos. El miedo al mal de ojo es una creencia remota muy difundida por todo el mundo aunque su origen sea presumiblemente oriental. Freud señala acerca del mal de ojo: “La fuente de la cual emana este temor jamás parece haber sido confundida. Quien posee algo precioso, pero perecedero, teme la envidia ajena, proyectando a los demás la misma envidia que habría sentido en lugar del prójimo. Tales impulsos suelen traducirse por medio de la mirada, aunque uno se niegue a expresarlos en palabras.” Dentro de este criterio se ve cómo es posible causar daño por la simple fuerza del deseo, correspondiendo esta fantasía a un nivel primitivo del pensamiento donde las corrientes narcisistas, traducidas en la omnipotencia de las ideas y una concepción animista del mundo cobran caro dominio. La raíz etimológica de “envidia” (invidia), proviene del latín invideo que significa mirar con recelo a, mirar maliciosa o rencorosamente dentro de, dirigir una mirada maligna sobre, envidiar o estimar algo... producir el infortunio por su ojo maligno.

Es conocida en otro sentido, la acepción psicoanalítica del simbolismo de los ojos, adquirida a través del desciframiento de sueños, de mitos y leyendas, así como de cuentos infantiles y fantasías inconscientes. La pérdida del ojo o de los ojos implica la castración. Es éste el castigo de Edipo. También se cautela algo valioso o irremplazable como se cuida lo que vale “un ojo de la cara”. Si quedar tuerto, ciego o desprovisto de ambos ojos representa la castración, ¿qué simbolizará el refulgir de ojos rojos del vampiro? Se trata, sin duda, de la excitación sexual ardiente y apasionada del pene en erección trasladada por desplazamiento de los genitales a sus subrrogados oculares. Además los ojos rojos son una expresión frecuente de la maldad y la cualidad demoníaca, pero sobre todo nos dicen de un atributo peculiar del vampiro: su capacidad de hipnotizar para someter a su presa, la cual, según nos es narrado, suele ser del sexo opuesto al de su atacante.

El estudio psicoanalítico de numerosas clases de zoofobias, por ejemplo a los perros, ratas, caballos, lobos; muestra que en su etiología radica el temor a veces reprimido de que éstos muerdan y mutilen. Así se reconoció la importancia del complejo de castración en la generación de fobias, donde el animal ha sustituido al padre amenazador y ofensivo en la medida en que también el niño le proyecta su odio y destructividad. Es advertida una obvia similitud entre el acto desplazado de morder con colmillos afilados y peligrosos y el de cercenar el pene o, por lo menos, la angustia que ello supone. Sin embargo, el vampiro cumple este cometido sólo indirectamente, pues no agrede francamente a su oponente, sino a la mujer de éste, Mina Harker, privándolo así de la felicidad conyugal. Aquí se materializa la castración paterna matizada con su componente envidioso en la fantasía infantil.

Durante las noches en que acomete el vampiro, surge en su víctima un miedo inespecífico a conciliar el sueño, mas luego sucumbe arrobada por el encantamiento de su mirada penetrante. La angustia de dormir y el miedo a la oscuridad, como el miedo de perder la vista del que ya hablamos, resultan de una inquietud y excitación nocturna de índole sexual. Las enuresis infantiles son también una pérdida de fluido durante el sueño, muchas veces concomitante a dicha excitación. La pérdida de sangre va debilitando e inoculando el germen del mal en el cuerpo de la víctima. Drácula perpetró el bautismo de sangre del vampiro en el cuerpo de Mina Harker sujetando sus dos manos con su mano izquierda y cogiéndole la nuca con la derecha para obligarle a bajar la cabeza hacia su pecho del que descendía un fino reguero de sangre. Ella describe esto como una posición horrenda en que se vio obligada a aplicar la boca a su herida sin más alternativa, de modo que o se sofocaba o chupaba; no obstante admite que no deseaba entorpecerle. La indignación que más trasluce este episodio entre los protagonistas de la historia es provocada por el artero atentado sexual y por la soterrada aberración necrofílica inferida. Dijimos que el vampiro escoge a su víctima en tanto en cuanto ésta contenga lo bueno en la mayor proporción posible para así cebarse canibalísticamente e incorporárselo aniquilando la bondad (“introyección destructiva”). Un símbolo usual de la pureza femenina es la virginidad; en este caso se trataba de la flamante esposa de J. Harker. La efusión de sangre de la herida del conde sugiere la desvirgación desplazada de persona y de región anatómica y al mismo tiempo corresponde a la forma del erotismo oral al que nos veníamos refiriendo. El acto de amamantar, inconcebible en el hombre, es presentado en sustitución de la fantasía de fellatio, más verosímil en una tal circunstancia. Al ser infectada de este modo, Mina Harker es envenenada por la enfermedad del vampiro y se hace impura a los ojos de Dios, tal como ella misma se define: “¡Impura! ¡Impura! ¡Incluso el Todopoderoso rehuye mi carne contaminada! Habré de llevar esta marca vergonzante hasta el día del Juicio Final”. Con esto se refiere al estigma de la hostia sobre su frente.

No sólo la necrofilia –vampirismo es sinónimo de trato sexual con cadáveres– y el pecado de sucumbir a la seducción sexual ocasionan el castigo de la contaminación y la condenación. La muerte, la resurrección, el Juicio Final y el purgatorio son las piedras angulares de la base cristiana sobre la que debía apoyarse la espiral ascendente de la redención en la Edad Media, donde todas las enfermedades tenían su santo protector y todos los hospitales estaban construidos en torno a una capilla. Asimismo, el vampiro además de rodearse en su habitat del cementerio y la desolación, se rodea de la abadía y la iglesia que son símbolos de algo bueno, empero para sembrar la profanación y la iniquidad e intentar que ésta prevalezca. Podría hacerse un símil muy interesante entre la condenación y corrupción del nosferatu y la enfermedad infecciosa, venérea o producto del pecado humano. Una crónica medieval de la peste negra de 1348, nos dice: “Al tener que iniciar nuestro tratado describiendo la exterminación de la raza humana... mi mente queda estupefacta al disponerme a escribir la frase que la justicia divina, con su gran piedad, envió a la Humanidad merecedora, por la corrupción del pecado, del Juicio Final.” Este juicio engloba todos los pecados y, por tanto, la amenaza del infierno acaecida durante un período de prueba. El vampiro no-muerto guarda estrecha relación con incontables creencias supersticiosas: las brujas, los hombres-lobo, –el vampiro puede transformarse en lobo (que muerde)–, el mal de ojo, la necromancia, los pactos con el diablo (Scholomance), y su proceder al contagiar su maldición al modo de la posesión demoníaca, pues se van enajenando y arruinando los aspectos positivos y nobles del que ha sido infestado. Muchas enfermedades infecciosas que en otros tiempos asolaron poblaciones enteras pueden ser transmitidas por los llamados parásitos hematófagos o comedores de sangre: la pulga, el piojo, la garrapata, variedades de mosquitos y zancudos, además de chinches, murciélagos vampiros, sanguijuelas, etc.


II

En cuanto al miedo de dormir, J. Harker testimonia de cómo una vez inerme en el castillo del conde, el rosario y el crucifijo le eran consuelo y fortaleza contra la soledad y la inquietud propias de su intranquila nocturnidad. La cruz como símbolo religioso y objeto de adoración parece preceder al cristianismo; la hayamos entre los caldeos como inicial del nombre de un dios poderoso: Tamuz, y en Egipto como representación de otra deidad importante. El significado ancestral de la cruz nos remite a las deidades fálicas destinadas a ejercer poder o influencia sobre la fertilidad, tanto en la agricultura como sobre la ansiada progenie de sus devotos. La simbolización del pene por la cruz es un recurso de la defensa fálica contra la castración del Padre en calidad de réplica. Se trata de un objeto poco adecuado para su veneración y culto si contamos con que era una herramienta de tortura, suplicio y muerte para los malhechores, y sobre la cual recayó injustamente el Hijo de Dios. Es como bendecir y adorar aquel instrumento que ocasionó la muerte de un ser querido. Nuevamente se pone en juego, de soslayo, la ambivalencia afectiva. Las escrituras manifiestan el sentido de redención y salvación que supone el sacrificio del Mesías, quien con su sangre lava nuestros pecados y nos abre las puertas a la vida eterna. En el Evangelio de Juan, Jesús les dice a sus discípulos: “De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece y yo en él.” La tradición de sacrificar un animal (un cordero) en ofrenda a Dios, formó parte de los rituales de gratificación judíos; luego, con el nuevo pacto establecido por la sangre del Hijo, es Él mismo quien se inmola por la Humanidad entera para que ésta adquiera la salvación.

En otras culturas era práctica regular el ejercicio de sacrificios humanos para mitigar la cólera de los dioses. Muchas veces eran escogidas individualidades notables, niños, o bien muchachas vírgenes, símbolo de virtud y pureza. Su sangre era vertida y podía ser bebida por los sacerdotes encargados de la encomienda expiatoria al dios. Si nos remontamos aún más, nos encontraremos ante el fin puramente canibalístico de la incorporación de la víctima, quien tiene cualidades envidiables y de las cuales uno se apropia al devorarla; no se busca asimilar aquello que es poco valioso o indiferente. Pero las prácticas caníbales rara vez son halladas en las religiones más evolucionadas como no sea por una tácita alusión mística, por ejemplo, en la eucaristía consagrada por Cristo como sacramento de la Santa Comunión, comiendo su carne y bebiendo su sangre como parte de un rito que nos evoca el de la comida totémica, como lo señalara Freud. En cambio, en el judaísmo no encontramos nada parecido. Así, Dios le dice a Moisés: “Porque la vida de toda carne es su sangre; por tanto he dicho a los hijos de Israel: No comeréis la sangre de ninguna carne, porque la vida de toda carne es su sangre; cualquiera que la comiere será cortado”. Esta última advertencia nos recuerda el castigo de la ofensa contra Dios, la castración y la muerte. La señal de la cruz implica al santiguarse o persignarse, la configuración del misterio de la Santísima Trinidad. La noción de triunvirato divino o de tres dioses en uno es también anterior al cristianismo y proviene de cultos paganos. En el simbolismo onírico, el tres es un número fálico.

La cruz tiene poder contra el vampiro porque encarna lo bueno, el sacrificio y la salvación del pecado, porque representa lo intensa aunque ambivalentemente amado, y porque evoca al falo, cuyo poderío contrarresta la amenaza de castración. La manera mejor conocida de liquidar al no-muerto vampiro consiste en cortarle la cabeza e incrustarle una estaca o espada en el corazón. De esta forma son metaforizadas las dos formas en que es efectuada la castración retaliativa por el padre en la fantasía infantil: una, la decapitación, término del desplazamiento acaecido del pene tentado por el incesto a la cabeza; y dos, la incrustación o penetración de la estaca misericordiosa en el corazón de la vida, que no es sino la recreación de la fantasía homosexual pasiva con el padre, equivalente a la castración, o mejor, a la eviración. Luego se le llena al vampiro así exterminado, la boca de ajos. Esto seguramente indica la conexión de las fantasías orales con las genitales, patentizadas en la sugestión de la fellatio mortal. Asimismo la tierra santificada para el hombre es esterilizada para el descanso del vampiro por efecto de la Sagrada Hostia, es decir, la carne de Cristo, facultad del bien y corte del pecado, ante lo cual el demonio retrocede suprimido.

J. Harker es tentado en el castillo de Drácula por tres “hermanas” de labios rojos y sensuales que lo incitaron a “un deseo malvado y ardiente de que [lo] besaran con aquellos labios rojos”. Cuando se dice “hermanas”, –en vista de que dicho parentesco no es explícito en el texto– se entiende que se trata de “hermanas en la sangre”, en este caso en la ignominia y la condenación, así como los hombres conforman una hermandad en la sangre de Cristo. La extroversión de Lucy al ser poseída por la sangre del nosferatu es descrita como “voluptuosidad deliberada, excitante y repulsiva a la vez” y como diabólicamente dulce; frase muy adecuada en la denotación de femme fatale de la vampiresa, corruptora de hombres. Puesto que todos somos humanos e imperfectos, el demonio aprovecha aquellos aspectos malos y destructivos de nuestra condición para potenciarlos con la intrusión de los de su estirpe, vulnerando nuestra disposición hacia el bien y haciéndonos fuertes para el diablo. Un extremo de la ambivalencia hacia y por el no-muerto lo constituye el mandato de que sólo aquella persona más amada en vida del nuevo demonio, es quien tiene la potestad y el deber imperativo de “libertarlo” para exorcizarlo y finiquitar su condena de inmortalidad en la sangre propiciada por el diablo; así como el guerrero cruzado mata a la mujer o esposa para evitar que caiga en manos enemigas. Entonces la “liberación” consiste en destruir la parte malvada del ser para que su parte buena, exenta de la dominación del Maligno, pueda gozar de una bienaventurada inmortalidad espiritual.

El anhelo de la vida eterna se fundamenta, según Freud, en la inexistencia de una noción tal como la de mortalidad en la vida psíquica inconsciente. Para muchas personas es siniestro todo cuanto esté relacionado con la muerte, con cadáveres, con aparecidos, con los espíritus, fantasmas y espectros. Pareciera que los muertos se han tornado enemigos del sobreviviente y se proponen llevarlo consigo para estar acompañados en el Más Allá. La omnipotencia de la mentalidad inconsciente se resiste a admitir la idea de la propia mortalidad y luego evoluciona hasta que la aversión ante dicha posibilidad acechante se transforma en la piedad, el respeto y la compasión por los muertos. Es así como al mismo tiempo que los honramos, exaltamos sus virtudes en vida y les rezamos, a veces hasta el punto de una exagerada devoción, también los confinamos a lugares apartados e inaccesibles de retorno para que no puedan regresar a llevarnos consigo o a vengarse de la eventual mala acción que les dirigimos de hecho, palabra, pensamiento u omisión mientras vivían.

Freud reconoce la unanimidad con que muchos otorgarían la corona de lo siniestro a la idea de ser enterrados vivos en estado de catalepsia. Esto es una inversión afectiva del estado placiente e inalterado de la sensación de vivir dentro del vientre materno. Esta fantasía se vuelve infame y repelente al ser llevada a cabo por el vampiro en el relato de Drácula. En concordancia con dicha animosidad, el loco Renfield, a cargo del doctor Seward en el manicomio, teme ser perseguido y atormentado por las almas de las moscas y arañas que ingiere, cuando lo único que pretende es robarse sus vidas para que le proporcionen vida a él (persecución interna). Drácula le dice: “¡Te daré todas estas vidas (ratas, perros, gatos), y muchas más y más grandes, durante siglos incontables, si te arrodillas ante mí y me adoras!”. Su proposición es muy parecida a la que le formula Satanás a Jesús en el desierto, poniéndolo a prueba ante la tentación, cuando le ofrece incontables riquezas y naciones. Por otra parte, la aseveración del vampiro a Mina Harker: “Eres ahora carne de mi carne y sangre de mi sangre” –unio mystica, es idéntica al sacramento de la Cena del Señor. Vemos así que este vampiro es una especie de anticristo o polo negativo del Redentor; un dios malo que conduce a la abominación y a la perdición. El conde tiene, según el profesor Van Helsing, un “cerebro de niño”, abocado permanentemente a un trabajo egoísta y pequeño que busca sólo satisfacerse a sí mismo con prescindencia de la suerte del resto. Como hubimos revisado, el circuito del narcisismo comprende la agobiante voracidad, el sadismo oral, la omnipotencia, la envidia y la persecución.


III

La invención de la creencia en el vampiro, independientemente de su antepasado caníbal y totémico, debe sustentarse en el artificio psicológico de proyectar defensivamente una parte disociada o reprimida muy mala y voraz del yo a uno de los padres, o más bien, a la fantasía de la fusión de ambas imagos en una sola entidad condensada por la intensa envidia y por el odio, por ser los agentes renuentes de la gratificación oral y perseguidores explosivos, peligrosos e implacables que intentan castrar, tentar para luego acometer, morder, triturar y devorar despiadadamente. Toda esta hostilidad y ojeriza (de ojo) está relacionada con la proyección de partes caníbales y envidiosas que no soportan la felicidad o, por ejemplo, el coito parental, desfigurándolo y convirtiéndolo en una fantasía obscena, repugnante, monstruosa y amenazante; ávida, venenosa y chupadora de vida. El rey Salomón decía: “Pero por la envidia del diablo la muerte entra en el mundo y los que están de su parte por ello hacen sufrir”. Sufrir y sangrar (bleed), diríamos.

El antagonismo extremo hacia una parte insaciable y malvada de sí mismo, que ha sido externalizada y transmutada en objeto extraño, ajeno, muy disociado por efecto de la envidia y la proyección suscribe en la fábula la condición inhumana, o mejor, no-humana del no-muerto, el cual no es capaz de producir sombra como los objetos del mundo, ni se refleja en los espejos. Una negación represiva de la ostensible “proyección”. Semejantes atributos podrían interpretarse como un añadido bastante lógico a lo aversiva que le es la luz, en especial la solar. Recordamos que tanto a través de los mitos y creencias antiguas, como de los sueños, el folklore y la psicología infantil, el sol se ha revelado como un sustituto del Dios-Padre todopoderoso, respetado y temido pero venerado. El vampiro no se refleja porque no es un ser humano semejante o concebible en la hermanadad de los humanos; sin embargo, le ha sido conferida una cierta influencia sobre la naturaleza, a la cual no pertenece. El arribo marítimo de Drácula a Inglaterra fue acompañado de un extraordinario enrarecimiento y alteración de la atmósfera: “Se crispó el aspecto todo de la naturaleza... el mar se tornó en un monstruo rugiente y voraz”. Para el simbolismo onírico, tanto el mar como la naturaleza suelen representar a la madre, y el proceder de las aguas simbolizar el nacimiento. Trataríase en este caso de una madre-monstruo rugiente y muy voraz, es decir, una “madre mala” en armonía con la teoría de Melanie Klein. A mi entender, son todos éstos los motivos primordiales que operan en su disociación y apartamiento a la dimensión de las tinieblas.

Para Jacques Lacan, el ritual del encandilamiento ante la propia imagen en el espejo, configura el estadio más temprano del narcisismo, donde el sujeto queda atrapado por una captura imaginaria con su propio semejante congénere, y en virtud de ello, también consigo mismo; es decir un otro como él mismo, o su imagen especular. Tras la confrontación mortífera del yo con el otro, su negativo y contrincante imaginario, este último ha sido revocado y anulado siquiera como proyecto, convertido fragmentariamente en una categoría de lo adversario y extraño que se encubre en lo oculto. Es la no-reflexión del vampiro, seguramente, lo que extraña más de su constitución antinatural y ominosa. Durante un pasaje de su estadía en el castillo del conde, J. Harker lo descubre vestido con el mismo traje que él había llevado en su viaje hasta allí, e intuye su plan de suplantarlo, haciéndose pasar por él, para recorrer los mismos puntos estratégicos en que había sido visto en su ruta a Transilvania, de modo tal que quienes lo notificaran, podrían dar cuenta y testimonio engañoso de su partida y de su correcto estado físico. Este plan sobrecoge de horror a Harker cada una de las dos veces en que se lo ve ensayar al conde. Freud recoge de E. Jentsch la teoría de que lo siniestro implica una situación donde un objeto aparentemente no dotado de vida, aparece, no obstante, provisto de animación propia; por ejemplo, una muñeca que sonríe o mueve sus ojos, una casa embrujada, los muertos que deambulan fantasmagóricos, y por extensión, los vampiros no-muertos, etc. También el tema del “doble” es capaz de suscitar el sentimiento de lo siniestro, tanto como cualquier otra repetición insistente, aparentemente involuntaria e inmotivada; por ejemplo, la presentación varias veces repetida de determinado número o de cualquier singularidad en un día, de forma insospechada y sin causación discernible. Casualidades como ésas habrían de ser indicativo de un mal presagio augurado por fuerzas sobrenaturales.

Un desdoblamiento del yo en uno otro maligno u “otro yo”, receptor de los componentes reprimidos o disociados que contienen impulsos peligrosos, destructivos y prohibidos (como el tema de Jeckyll & Hyde), debido a su suma intolerancia pero apremiante necesidad de desfogue, pueden sólo ser proyectados sobre otra personalidad que se aviene en terrible perseguidor, como lo evidenciado a través del fenómeno paranoico. Sin embargo, este “otro yo” maligno puede ser atenuado adornándolo de ciertas cualidades ambivalentes y humanizantes con el fin de que no infunda tanto miedo y pueda ser sobrellevado. Así, el vampiro pasó de ser un espectro de horror demoníaco e infernal, a una personificación comercializada, muy difundida en occidente, y que se identifica con la sensualidad, la ficción y una extravagancia seductora. Empero es plausible el cómo de entre las tantas historias y cuentos estrambóticos, son precisamente aquellos que tienen mayor arraigo popular, los susceptibles de interpretaciones psicológicas más aproximadas y mejor conjeturadas. Para M. Klein, estamos ante “el poder de penetrarlo todo que poseen los instintos de vida y muerte”.


02/1999
















REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS


1. ABRAHAM, Karl (1959). La influencia del erotismo oral sobre la formación del carácter. En “Psicoanálisis clínico”. Hormé: Buenos Aires.

2. EVANS, Joan (1988). Historia de las civilizaciones, la Baja Edad Media. Alianza Editorial/Labor: Madrid.

3. FREUD, Sigmund (1973). Lo siniestro. Biblioteca Nueva: Madrid.

4. KLEIN, Melanie (1971). Envidia y gratitud, emociones básicas del hombre. Paidós: Buenos Aires.

5. LACAN, Jacques (1980). El estadio del espejo como formador de la función del yo [“je”.], tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. En “Escritos I”. Siglo XXI: México.

6. STOKER, Bram (1993). Drácula. Atalaya: Barcelona.




csparrowly@hotmail.com



* Este artículo fue publicado en el Nº 16 de la revista Generación X (Lima, 1999) y en la Biblioteca Virtual del Instituto Psicología y Desarrollo (IPSIDE):
http://www.ipside.org/documentos.htm
En: http://www.ipside.org/documentos/008vamp.doc

No hay comentarios:

Publicar un comentario